Estos pequeños insectos, vitales para la polinización de las plantas,
están muriendo en todas partes del mundo, incluido Colombia. ¿Qué está haciendo
el país para prevenirlo?
.
Por años, Abdón Salazar vio cómo se
morían repentinamente sus abejas. Pero en sus 41 años en el negocio de la
apicultura nunca vio una muerte masiva tan grande como la que experimenta el país
desde agosto del año pasado. En los 16 apiarios que tiene regados por varios
municipios de Quindío, ha perdido 550 colmenas. Y no solo él. Aunque no hay un
registro nacional de cuántas abejas hay en el país, ni cuántas han muerto
colectivamente, el gremio estima que van cerca de 15.500 colmenas perdidas.
La epidemia de muertes es, de hecho,
un fenómeno mundial que lleva ya varios años y que tiene grandes implicaciones
para la economía. Las abejas, como polinizadoras, tienen un alto impacto sobre
la agricultura. Según un documento del Instituto Humboldt, el 70% de los
cultivos alimenticios para los seres humanos incrementa su producción de frutas
o semillas gracias a las polinización animal. El valor de esta contribución se
estima en 153 billones de euros al año a nivel global, es decir, el 9,5% de
toda la producción agrícola. Su importancia es tal que en algunos países como
Estados Unidos, Costa Rica y Nueva Zelanda los granjeros alquilan colmenas
apícolas por un valor cercano a los 200 dólares para polinizar sus cultivos.
A pesar de su importancia, en
Colombia el tema ha pasado más bien de agache. Por eso, este año, ante la falta
de soluciones institucionales, algunos apicultores -Abdón Salazar entre ellos-
crearon el colectivo Abeja Viva para concientizar al país sobre la problemática
de las abejas. El 11 de octubre pasado sus propuestas se consolidaron
finalmente en un proyecto de ley radicado en el Senado, el cual reglamenta la
protección de las abejas pero que todavía espera entrar a primer debate.
El principal problema es que no hay
claridad sobre lo que está pasando. Así como no hay un censo nacional del
número de abejas, tampoco hay estudios de gran escala que aborden las causas de
las muertes masivas. Se culpa a los agroquímicos, a los parásitos y hasta el
cambio climático, pero no hay consenso general en la comunidad científica.
Para Abdón Salazar la causa es clara:
los pesticidas. “Primero, porque nosotros sabemos que cuando hay fumigaciones
al dia siguiente nos aparecen muertas las abejas. Pero, además, para poder comprobar
eso, recogimos muestras en Casanare, Cundinamarca, Sucre y Quindio y las
enviamos a laboratorios certificados por el ICA. Allí los resultados fueron
contundentes en cuanto al tipo de veneno que mató a las abejas: el fipronil, un
principio activo de aproximadamente 70 productos comercializados en Colombia”,
dice.
De hecho, el efecto nocivo del
fipronil sobre las abejas está ampliamente documentado en el mundo. Por esta
razón, por ejemplo, Uruguay prohibió su uso en 2014. En Bélgica y Países Bajos
solo se pueden usar semillas tratadas con fipronil en invernaderos. Pero eso no
quiere decir que este componente sea el único causante de la desaparición de
abejas. Otros insecticidas, los neonicotinoides, particularmente, también han
probado ser altamente dañinos para estos animales.
El efecto nocivo de los pesticidas en
las abejas está bien documentado y países como Uruguay han prohibido o restringido
su uso. Foto: Diana Rey Melo / SEMANA.
¿Por qué no se prohíben?
En Colombia es bastante atípico que
se niegue un pesticida. Para que un agroquímico tenga registro ICA debe pasar
por la aprobación de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales -Anla-.
Este organismo es el encargado de evaluar su impacto ambiental (como, por
ejemplo, que no sea un peligro para los polinizadores). La Anla pide un estudio
de toxicidad estándar para toda la Comunidad Andina -que involucra pruebas de
contacto y consumo en abejas- y con base en este autorizan su uso.
El problema con eso es que no
contempla los efectos acumulativos de los componentes. Por ejemplo: un estudio
de la Universidad de Maryland demostró que algunas abejas se mueren después de
recolectar polen con pesticida, no por envenenamiento, sino porque el químico
disminuye sus defensas y luego mueren víctimas de un parásito. Esto podría
hacer demasiado laxos los filtros ambientales para los pesticidas. Sergio Cruz,
coordinador de agroquímicos de la Anla, no recuerda algún caso en que se haya
negado el certificado en el país.
Por otro lado, estos agroquímicos
tienen una importante función en la agricultura: matar la plaga. “Obviamente,
la abeja tiene riesgo porque también es un insecto. Pero el problema es que
muchas veces el producto no se usa como se debe. Por eso, cuando es un producto
de riesgo, se le exige al que lo comercializa que capacite a los agricultores e
informe que es tóxico para los polinizadores”, menciona Cruz.
En ese sentido, las entidades encargadas
son más partidarias de reglamentar sus usos que de prohibirlos. El el Instituto
Colombiano Agropecuario -ICA-, por ejemplo, está haciendo una campaña de buenas
prácticas agrícolas dirigida, especialmente, a los cultivos que colindan con un
apiario. Entre las recomendaciones están no usar insecticidas cuando la flor
está abierta, utilizar plaguicidas de acuerdo con la recomendación de un
ingeniero agrónomo, sembrar plantas que le sirvan a las abejas como fuente de
polen y dejar que las matas silvestres nativas florezcan.
En opinión de muchos apicultores esto
ayuda pero no es suficiente. Hace falta hacer estudios de gran envergadura para
determinar la causa de las muertes. Ya la Anla, el ICA, el Instituto Nacional
de Salud, el Ministerio de Ambiente, algunas universidades y representantes del
gremio de apicultores avanzan en esta dirección y se “plantean la posibilidad”
de realizar un estudio conjunto sobre la causa de muerte de las abejas, según
dice Andrea Ramos, ingeniera agrónoma entomóloga de la Dirección Técnica de
Sanidad Vegetal del ICA. Pero esta propuesta todavía no pasa de la hoja de
borrador.
Y, finalmente, habrá que prohibir los
componentes agroquímicos que afecten a las abejas, incluso cuando se usan bien.
Ya Abdón Salazar está “enfilando baterías” hacia este camino, convencido de que
hay que vetar el fipronil. Sabe que un proceso así puede tomar largo tiempo,
pero al menos el país parece que ya empieza a tomar conciencia.
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